miércoles, 25 de mayo de 2016

Fue un buen día, el de ayer.

Por la mañana hablé de El cielo prometido a un grupo de alumnos de bachillerato, inteligentes, atentos e inquisitivos. Al terminar se me acercó uno de ellos y me dijo: "No sabía que la historia podía ser tan apasionante". Es el mejor elogio que me han hecho en relación con este libro. Y dudo que lo superen. 


A las 19:00 tuvo lugar la presentación, en la librería La Central. Me cuesta ordenar todas las emociones que se fueron sucediendo. ¿Qué puedes decirle a un mexicano que ha venido a escucharte y que te trae un regalo de Yolanda Lazo? ¿Qué le puedes decir a un colombiano que te ha seguido desde el otro lado del Atlántico y que ha aprovechado que está de paso por Barcelona para saludarte? ¿Qué le puedes decir a un madrileño que se ha trasladado a Barcelona para conocerte y que se lleva bajo el brazo cinco ejemplares dedicados? ¿Y a los familiares de Caridad Mercader que estaban en primera fila? ¿Y a los de Carmen Brufau? ¿Y a Tomás Pàmies? A algunos de los que acudisteis hacía mucho que no os veía y me distéis con vuestra presencia una enorme alegría. Otros sois amigos nuevos y, por lo tanto, que traéis alegrías también nuevas. Había también caras desconocidas que me miraban con unos ojos difíciles de interpretar. Gracias a todos.

Allí estaban desde Enyd Negrete, la sobrina de Jorge Negrete, hasta mi amiga Irene Rigau... pasando por Erika Bornay, Pepa Puigdevall, Pedro Azara, mi psiquiatra lacaniano preferido (y señora), el Círculo Hermenéutico Estraussiano de Les Planes, La Reina de los Pulpos, exalumnos, médicos, presidentes de asociaciones de padres de alumnos, maestros, profesores universitarios... hasta mi hijo, Guillem, hizo acto de presencia... perdonadme que no os nombre a todos, aunque de todos mantengo vuestra huella fresca en mi retina.

Te eché en falta, Mariano Brufau, aunque entiendo perfectamente las razones de tu ausencia.

Abrió el acto Francisco Martínez, el editor, con el que ya he quedado para hablar de dos nuevos proyectos. Después, Jordi Amat derramó su generosidad sobre mí con palabras que me gustaría tanto poder merecer... Eduard Puigventós le siguió en el uso de la palabra con el mismo tono... aunque me tiró de las orejas -estaba en su derecho- por poner pocas notas a pie de página.


Lo que intenté hacer yo fue mostraros mi agradecimiento sincero a todos los que me habéis ayudado en la reconstrucción del perfil biográfico de Caridad Mercader. Estoy en deuda con vosotros por vuestra ayuda, pero lo más importante no es eso. Lo más importante es que esa ayuda se ha transformado en algunos casos en una relación cordial y en otros, incluso, ha ido más allá, para teñirse de un hondo afecto.

Si el acto no duró más fue porque La Central tiene una hora de cierre. Si nos hubiesen dejado a nuestro aire... ¡Teníamos tantas cosas que contarnos!

Hasta me hablaron de un agente rumano que había estado en México y que tenía cosas que contarme... La historia, pues, continúa. Yo estoy, obviamente, muy lejos de Caridad Mercader, sin embargo me siento parte de la historia paralela que este libro ha puesto en movimiento y que, por lo que parece, no ha hecho sino echar a andar.

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