viernes, 30 de noviembre de 2007

Buitre a la Higa de Monreal


Ando de cocinillas, preparando una cazuela de ajoarriero según la receta que el Bombachos de Sangüesa le enseñó a mi hermana. Mañana tengo que aparecer con el resultado en un remoto lugar de Tiana. Ya os contaré.

Mientras andaba desmigajando el bacalao me han venido a la memoria los platos antiprometeicos de la olvidada cocina Navarra. Me refiero a epopeyas gastronómicas tales como las alubias con mochuelo, al cuervo en salsa, las grajillas con arroz, la picaraza en salsa, el calderete de renacuajos, la ardilla en salsa… y (de ahí el nombre genérico que le he dado) el magno “buitre a la Higa de Monreal”. Pertenezco a un pueblo que en lugar de andar lamentando el suplicio de Prometeo se dedica a practicar lo de “ave que vuela, a la cazuela”. Esto daría lugar a muchas exégesis e incluso a ese post que me reclama y al que me resisto con tanta fuerza sobre la manifestación de mañana en Barcelona, pero hoy me voy a ceñir a la gastronomía.


Monreal, la patria chica de mi suegro, es un pueblo bucólico que se encuentra cerca de Pamplona, en dirección a Sangüesa, a los pies de una montaña conocida como la Higa de Monreal.

Respecto al cuervo –ave ahora tan protegida que se dedica a atacar incluso a ovejas vivas-, quienes lo cocinaban insistían en la formidable dureza de su carne, por lo cual aconsejaban armarse de paciencia. La receta que os ofrezco lleva el nombre de “Buitre a la Higa de Monreal”:

Una vez limpio ha de dejarse a serenar durante varios días (tres mejor que dos). Después se corta en pedazos que se fríen en aceite de oliva, depositándolos, conforme se van haciendo, en una olla, en la que se ha de ir guisando con abundante cebolla y el aliño que se considere adecuado de ajos, vinagre, laurel, coñac y caldo. Cuanta más edad tenga el cuervo, más tiempo de cocción será preciso. Pero (a no ser que se use una olla exprés) piénsese en un mínimo de cinco horas.

Gide, tan francés él, creía estar inventando algo cuando concluye su Prometeo mal encadenado (1899) con un banquete de buitre. Claro que en este banquete Prometeo estaba devorando su inquietud, mientras en Navarra simplemente matábamos el hambre con una gastronomía lo más variada posible.

¡Estos gabachos!

¿De dónde era la mujer de Caín?

Hay saberes que necesitan del concurso de muchas generaciones de estudiosos, que vayan proporcionando estratos y más estratos de datos, para dar lugar a un "¡Eureka!". Probablemente el ejemplo más claro es el de la astronomía. Las revoluciones celestes sólo son comprensibles cuando el saber acumulado por cientos de observadores de estrellas se ordena rigurosamente. Cada astrónomo interroga al cielo desde lo alto de la pirámide formada con todo este saber precedente.

Por eso a Filón de Alejandría no le salían las cuentas. No conseguía ver del todo claro que Adán fuese el primer hombre. La duda la hallaba en el interior de la Biblia, en Abraham, al que tenía por un astrónomo tan excelente que no le parecía creíble que en el espacio cronológico existente entre Adán y él hubiese habido tiempo suficiente para recoger y ordenar las observaciones necesarias para sustentar su saber.

En 1655 Isaac La Peyrère, judío francés convertido al catolicismo, se tomo muy en serio esta cuestión y llegó a la conclusión de que era imprescindible ampliar el intervalo de tiempo entre el primer hombre y Abraham. De esta manera creó la hipótesis de los preadamitas. Sus argumentos están recogidas en su Sistema Theologicum ex Preadamitarum hipótesis.

Hablo de argumentos porque la teoría de La Peyrère se sostiene sobre varios puntales. Uno es el del Abraham astrónomo. Otro es el de la esposa de Caín. ¿Dónde encontró Caín a su mujer? Y, además, ¿de dónde procedían los habitantes de la ciudad que fundó? Su respuesta fue la hipótesis de los preadamitas.

Las teorías de La Peyrère dieron lugar en poco tiempo (porque hay saberes que necesitan muy poco tiempo para formarse: les basta una justificación que les garantice un mínimo de coherencia formal) a la teoría del poligenismo, según la cual las diferentes razas habían sido creadas de manera aislada. De esta manera el preadamismo se convirtió en uno de los soportes teóricos de la esclavitud y, posteriormente del extraño teísmo de movimientos racistas, como el de algunas facciones del Ku Klux Klan.

Otros, aunque defendían el poligenismo, sostuvieron que los preadamitas, que habrían sido hombres sin alma, habrían desaparecido en una catástrofe llamada “Diluvio de Lucifer”, que habría tenido lugar entre los versículos 1 y 2 de Génesis.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Fenomenología del instante

Ayer fue el día de la conferencia sobre “Fenomenología del instante”. La Maga se empeñaba en que tenía que cambiar el título. ¿A dónde iba con esa palabreja, “fe-no-me-no-lo-gí-a”, tan poco poética? Pero es que esa era la clave de la conferencia. Tenía bastante claro lo que me proponía y unas cuantas ideas perfiladas. Sin embargo el ensamblaje se me resistía. No había manera de hincar el diente a un par de problemas, más duros de roer de lo que había supuesto, pero como no había más remedio, me dirigía a la conferencia con el texto tuerto bajo el brazo, insatisfecho con su contenido, pero esclavo de la palabra dada. Le había prometido a Conxa Peig que iría a su seminario sobre “La cultura del temps i processos de la memòria”. Y allá iba, temerario de mi.

La conferencia era a las 3, pero como tenía que hacer un par de cosas antes, salí pronto de casa con la intención de comer en Barcelona. Y fue comiendo cuando se presentó ante mí el instante decisivo y me abrió las puertas de sus secretos. “Mírame bien –me dijo- éste soy yo”. Y lo vi, y lo entendí, e inmediatamente me puse a rehacer la conferencia, a tachar, a trazar flechas de aquí para allá, a escribir por los márgenes y el dorso de las hojas. Y, finalmente, me quedé satisfecho.

¿Que qué forma tenía el instante?

Pues la de una mancha de aceite que fue a caer, redonda y oronda, sobre mi camisa azul celeste, tan mona ella, y se incrustó en mi pecho como un lamparón filosófico. La camarera incrementó mi inspiración al aparecer rauda y solícita sacudiendo un spray y dejando medio dedo de espuma blanca sobre la mancha. Me advirtió que debía secarse bien, pues de lo contrario, quedaría marca.

Claro está que no le conté nada de esto ni a Conxa ni a los que me escuchaban, que uno tiene su orgullo académico. Pero es lo que ocurrió. Tal cual. Aquella gota de aceite abrió los caminos obturados de mi discurso, permitió que las ideas circularan y el resultado, parece, no fue insatisfactorio. ¡Estaba necesitado de un flash!

Entre los asistentes se encontraba Josep Olives Puig, autor de un libro impresionante, “La ciudad cautiva. Ensayos de teoría sociopolítica fundamental”, editado por Siruela el año pasado. Es hijo de Jaume Olives Canals, traductor del Fedón de Platón al catalán para la “Fundació Bernat Metge”. Me regaló el libro con una dedicatoria en la que me tiene por "company del diví Plató”.

Y como estaba con una compañía entrañable el tiempo se me fue en un voleo y de repente eran las siete y veinte, estaba en un rincón de Barcelona, en la Calle Inmaculada, y había quedado a las siete y media en el bar del Palau de la Música Catalana con Zlatina Rousseva, directora de cine búlgara.

Tuve la suerte de dar con un suicida que mientras me contaba sus cuitas de pintor argentino transmutado en taxista barcelonés, voló en línea recta de las faldas del Tibidabo al centro de la ciudad, dejando a su paso un reguero de cláxones enloquecidos.

Con el corazón aún encogido me senté al lado de Zlatina y escuché encantado su propuesta. Quiere que me vaya con ella la próxima primavera a Bulgaria a rodar una película sobre los tracios.

De vuelta a casa, en el tren, de pie, como de costumbre, me fijé que había quedado en la camisa un fondo de perfiles difusos de la mancha del mediodía. Tengo la camisa guardada sin lavar. Posiblemente le recorte la huella de la mancha y la conserve como recuerdo de este día.

El mayor benefactor de la humanidad

Cuando Ocata se independice del mundo y sea una estrella más de la Vía Lactea, una de las primeras medidas que tomará será la erección de un monumento de rutilante bronce a Hiparco de Nicea, en el centro de la plaza municipal. Claro… si está en mis manos. Es, ciertamente, una manía personal. ¡Pero algún peso tendremos en la Ocata independiente sus patricios...!

Os cuento y me decís si hay o no motivos más que sobrados para rendir un sonado homenaje a Hiparco.

Fue un astrónomo del siglo II antes de Cristo. Parece que era estoico y creería, por lo tanto, que las almas humanas están hechas de polvo de estrellas. Quizás con las muchas horas que dedicaba, noche tras noche, a escudriñar el cielo no pretendía más que desentrañar los misterios del alma humana. Lo cierto es que tras varios años de paciente contemplación sideral, decidió embarcarse en una de las empresas más asombrosas de la historia de la ciencia: contar las estrellas del cielo, registrarlas con un nombre, situarlas con precisión y determinar sus dimensiones con unos instrumentos de medición que él mismo había inventado para tal propósito.

Plinio, que es el que nos cuenta todo esto, escribe, admirado: “Hiparco ha dejado el cielo en herencia para todos” (Historia Natural II, 95). ¿Se puede decir algo más hermoso de un hombre?

Por esto mismo, en reconocimiento de la aceptación de su herencia, Hiparco recibirá en la Ocata independiente los honores que la humanidad cicatera le ha estado escatimado a lo largo de los siglos.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

martes, 27 de noviembre de 2007

Jenny Strauss defiende a su padre, Leo

Jenny Strauss

Carta al director de la hija de Leo Strauss, Jenny Strauss Clay, publicada en el “International Herald Tribune” de 10 de junio de 2003.

Recientemente, algunos periodistas han presentado a Leo Strauss, mi padre como el cerebro oculto tras los ideólogos neoconservadores que dirigen la política exterior norteamericana, haciéndolo salir de la tumba, treinta años después de su muerte, para animar una “cabala” (término de evidente connotación antisemita) que agrupa a miembros de la administración Bush que sueñan con someter al pueblo americano a la autoridad de una élite despiadada. No reconozco a Leo Strauss en este retrato.

Mi padre no era un hombre político. Enseñó teoría política, principalmente en la Universidad de Chicago. Y si era un conservador, lo era en la medida en que no creía que todo cambio fuera necesariamente un bien.

Leo Srauss estaba convencido de la dignidad intrínseca de la política. Creía en la democracia liberal y la defendía. No ignoraba, sin duda sus defectos, pero la tenía por la mejor forma de gobierno posible.

Era hostil a todo régimen que aspirase a una hegemonía planetaria. Despreciaba todo utopismo fundado en la negación de esta dimensión fundamental y noble de la naturaleza humana que es el amor por los propios.

Sus héroes eran Churchill y Lincoln. No era un judío practicante, pero amaba al pueblo judío, y veía en la creación del Estado de Israel la condición esencial de su supervivencia.

A mi parecer, lo que lo caracterizaba por encima de todo era su absoluta ausencia de vanidad, de sentimiento de relevancia. Nada era más extraño a su naturaleza que la ambición política. En su juventud, según su confesión, su sueño era una vida consagrada a la cría de conejos y a la lectura de Platón.

Era ante todo un profesor. Pero nunca pretendió modelar al otro según su propia imagen, su ambición era, por el contrario, la de enseñar a los jóvenes espíritus a ver el mundo tal como es, tanto en su miseria como en su esplendor.

Su enseñanza se centraba en “los grandes libros”, aquellos que son generalmente considerados como la base de una educación liberal (aunque este hecho no le parecía, por sí mismo, una razón suficiente para leerlos).

Su punto de partida era el que todo profesor debiera adoptar: partía de las opiniones de sus discípulos para desmenuzarlas analíticamente. En su época, como ocurre aún hoy en día, el mundo universitario era más bien izquierdista, y era el “credo” de la izquierda el que había que someter a examen crítico. Si las creencias dominantes hubiesen sido las opuestas, ellas hubiesen sido el objeto de su análisis.

Entre las ideas indiscutidas se encontraba, en su tiempo, una fe ciega en el progreso y en la ciencia, combinada con un rechazo a todo juicio moral, bautizado como “relativismo”. Numerosos jóvenes estaban llenas de confusión, sin brújula, y si mi padre los invitaba a sumergirse en los grandes libros, no era por un interés estético o por un simple gusto por la Antigüedad, sino para ayudarles a comprender la enfermedad moderna de la humanidad: ¿Qué orígenes tenía? ¿Cuáles eran sus soluciones? Estas soluciones él las encontraba en los grandes textos de los griegos.

Además se preocupaba especialmente por que sus alumnos se enfrentasen a la cuestión de lo que debía ser una vida digna de este nombre. Según él la elección se resumía, a fin de cuentas, entre la vida según la Revelación o la vida según la razón, Jerusalén o Atenas. Y era la tensión entre estos dos polos lo que explicaba, a sus ojos, la vitalidad de la tradición occidental.

Mi padre veía en la lectura un diálogo activo con los grandes espíritus del pasado. Había que leerlos con la mayor atención, el mayor respeto, e intentar comprenderlos como se comprendían a sí mismos. Hoy, una aproximación de este tipo, que hay que reconocer que es difícil y exige grandes esfuerzos, es rechazada por imposible por la moda universitaria. Se nos dice, por el contrario, que cada lector construye inevitablemente su propio texto, sobre el cual el autor no tiene ninguna autoridad.

Leo Strauss no negaba la multiplicidad de lecturas posibles, pero tenía la suficiente confianza en los grandes autores clásicos como para que hubieran supuesto que tendrían lectores diferentes, de los cuales algunos no buscarían en sus textos más que una simple confirmación de sus convicciones o sus prejuicios, mientras que otros estarían quizás dispuestos a abrirse a ideas más profundas, no dominantes, quizás impopulares.

Por mi parte considero que el legado más importante de mi padre es el redescubrimiento del arte de la escritura para descifrar tipos de lectores. Que esta simple verdad disipe todas las falsas ideas difundidas sobre su obra.


Kierkegaard y yo

“Lo único que busco es la inmediatez”

Pierre Manent sobre Leo Strauss


Libres e iguales, exentos de prejuicios, cediendo sólo a la evidencia, dedicados a la razón, así somos desde 1789. Descartes y Voltaire, como mínimo, adornan el árbol genealógico del menos ilustrado de nosotros: No somos todos hijos de la Ilustración? Esta leyenda dorada de nuestras democracias –aún dominante- está acompañada y combatida, como es natural, por una leyenda negra, casi igualmente extendida: no hay nada más contrario a la integridad humana que la razón y la democracia modernas que, de fracaso en fracaso, conducen al hombre occidental al último grado de degradación. Estas dos leyendas contrarias han sido elaboradas y acreditadas por algunos de los principales filósofos de los dos o tres últimos siglos. ¿Si la filosofía, cuya intención primera era librarnos de prejuicios, es en realidad la fuente principal de mitologías y de “religiones seculares”, dónde encontrará refugio la libertad del espíritu? Ningún otro pensador ha sido más sensible a la gravedad de esta paradoja que Leo Strauss.

Judío nacido en Alemania en el cambio de siglo, llegó en 1938 a los Estados Unidos, profesor en la Universidad de Chicago, Leo Strauss no parece un filósofo. No habla ni de la percepción, ni de la voluntad, ni del ser, ni de la nada, sino de que las experiencias fundamentales, auténticas si se quiere, ya no nos son inmediatamente accesibles. Nosotros, los modernos, somos personas con muchos siglos que mezclamos nuestras sensaciones y nuestros recuerdos; una investigación muy larga e indirecta es indispensable para redescubrir ese mundo natural que hemos perdido. ¿En qué consiste esa investigación? Se trata de aprender a leer.

Porque desde el siglo XIX se ha podido escribir en Europa casi libremente, olvidamos las terribles restricciones que han pesado a lo largo de los siglos sobre la escritura y, en particular, sobre la escritura filosófica. Para protegerse de la intolerancia de las religiones cívicas o reveladas, los filósofos tuvieron que elaborar un arte de la escritura extraordinariamente refinado. No se trataba solamente de evitar la persecución. Los propios filósofos pensaban que la filosofía era peligrosa; no deseaban abolir los prejuicios protectores de la ciudad, eran felices si conseguían moderarlos mientras dirigían hacia la filosofía a los pocos lectores capaces de leer entre líneas. Este arte olvidado de la escritura ha sido exhumado por Leo Strauss y ha puesto de manifiesto sus reglas y sentido. Por ello mismo ha revelado a la vez la extraordinaria audacia y el sorprendente provincialismo de los dos últimos siglos. Audacia de pensar, de escribir y de actuar como si la filosofía pudiera llegar a ser popular, o como si la sociedad pudiera llegar a ser racional, o como si la cuestión religiosa pudiera separarse de la cuestión política y enclaustrada en el elemento inofensivo y algodonoso de las “opiniones” y de los “valores”. Provincialismo de creer que el gran drama de tres personajes –la ciudad, la religión y la filosofía- había sido conducido a una conclusión feliz y definitiva por el Ministerio de Historia y de Cultura.

La distancia irreductible y el conflicto latente, entre la ciudad y la religión de una parte, y la filosofía de otra, se expresan de esta manera: para la filosofía, desde su invención o su reforma socrática no habría, hablando rigurosamente, ninguna ley racional. Pero si la filosofía es y no puede ser más que puramente racional, la ciudad y la religión están necesariamente fundadas sobre la Ley. Strauss estima que este conflicto es el resorte último de la vitalidad del espíritu europeo u occidental.

Este texto de Pierre Manent apareció en Commentaire, n. 45, 1989.

Nota: La “Ley”, con mayúscula, a la que Manent hace referencia en el último párrafo, no es ni la ley natural ni ninguna ley basada en el positivismo jurídico, sino “La” ley.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Flash bloguero (y me voy a dormir)

Hegel hablaba de la "impaciencia del opinar" como la forma humana de sublevarse contra el tiempo requerido por el espíritu para "progresar en su autoconciencia". Y pienso yo viéndome a mi mismo opinando impacientemente de blog en blog, que si tiene razón Hegel, más vale que el espíritu vaya pensando en metamorfosearse en Peter Pan.

Flash sobre el progreso

Si definimos el progreso -¿y por qué no?- como el crecimiento del número de objetos a nuestra disposición, su culminación coincidiría exactamente con nuestra expulsión de un mundo transformado en almacén saturado de objetos. Es decir, cuando el mundo esté absolutamente poblado por objetos y ya no haya espacio habitable para el hombre, el progreso habrá alcanzado el máximo de sus posibilidades.

Postales filosóficas: Exterior e interior

Hegel lo decía con toda la claridad del mundo en la Enciclopedia de las ciencias filosóficas: "Todo lo interior es exterior y todo lo exterior es interior". Hablaba, claro está, de decoración.


Pero es que toda decoración es fundamento y todo fundamento, decoración.

Sobre los profes de filo

  • Victor Cousin: “Un profesor de filosofía es un funcionario del orden moral, encargado por el Estado de la cultura de los espíritus y de las almas”.

  • Ortega: “Las cátedras de filosofía suelen ser un escenario macabro donde se exhibe ante la nueva generación la momia lamentable de la filosofía.”

  • Nietzsche: “Un profesor es un mal necesario. Los intermediarios falsifican casi involuntariamente el alimento que transmiten”.

  • Valery: “Gracias a los programas, los profesores aprenden los problemas que ellos no hubieran inventado y que ni viven ni experimentan. ¡Y los aprenden todos!"

  • Hegel: “Se considera como apto para ser profesor de filosofía al que no ha aprendido nada serio y que no ha pasado la prueba de aptitud para otra cosa”.

  • Cioran: “Yo no podía ser profesor, porque uno no puede, después de haber velado toda la noche, hacer el payaso ante los alumnos, hablar de cosas que no te interesan”.

  • Schopenhauer: “Los profesores de filosofía no tienen tiempo de instruirse, porque dispersan demasiado su actividad. Son funcionarios, hacen política, viajan. El que quiere aprender algo debe lleva runa vida más recogida”.

  • Schopenhauer: “El Estado, por lo demás, debe también proteger a los suyos, y debería dictar una ley que prohibiera burlarse de los profesores de filosofía”.

  • Schopenhauer: “El objetivo final es siempre, pues, comer con desahogo, con la mujer y los hijos, el producto del oficio”.

  • Santayana: “Tres trampas sofocan a la filosofía: la Iglesia, el lecho conyugal y el sillón de profesor. De la primera escapé en mi juventud; en la segunda jamás caí, y de la tercera salí en cuanto me fue posible.”

domingo, 25 de noviembre de 2007

La hispánica monarquía tracia

Todo comenzó con un humilde lapsus calami de Juliano el Apóstata, que al ir a escribir "gothi" (godos) escribió "getae" (getas). Y la lió. Los getas tenían poco de godos. Eran una tribu tracia asentada al norte del Danubio.

El error de Juliano se aceptó como prueba documental por algunos historiadores romanos tardíos y, especialmente, por el godo Jordanes, que a mediados del siglo sexto escribió en Constantinopla su Origen y hazañas de los getas que es, de hecho, una historia general de los godos. En el imaginario de Jordanes, los godos (es decir los “gothi” travestidos en “getae”) fueron un pueblo invicto y noble, más sabio que todos los restantes bárbaros y culturalmente casi semejantes a los griegos. Los godos de Hispania se reconocieron narcisistamente en este imaginario y no dudaron en presentarse a sí mismos como herederos de los getas.

La confusión entre “godos” y “getas” o, si se prefiere, el geticismo, fue recogida con entusiasmo por Isidoro de Sevilla, según el cual en España “floreció la gloriosa fecundidad del pueblo geta”. En su Historia de los godos añade que incluso Roma, vencedora de todos los pueblos, tuvo que sufrir “el yugo de la cautividad” de los getas". Siguieron a Isidoro todos los que lo consideraron una autoridad, como Rodrigo Jiménez de Rada en su Historia góthica o Alfonso X el Sabio, que habla con entusiasmo en su Crónica general del tracio Zalmoxis, “del que cuentan las historias que era maravillosamente sabio en filosofía”. Varios romances centrados en Teodorico explotan también esta confusión.

El mito del geticismo se mantuvo intacto a lo largo de los siglos. En 1646, Diego Saavedra Fajardo, considerado el primer escritor político de España, lo recupera en su Corona gótica, castellana y austriaca para sustentar ni más ni menos que las reclamaciones territoriales de los Austrias. Si el origen de los godos se encontraba en el norte de Europa y los monarcas hispanos eran sus descendientes, entonces éstos estaban históricamente legitimados para reclamar la herencia de su casa ancestral.

Carl Lund publicó en Upsala, en 1687, una obra titulada Zalmoxis, el primer legislador de los getae, que debe no poco a la obra de Saavedra Fajardo. Pero Lund pone la teoría del geticismo al servicio del mayor esplendor del rey Carlos XI de Suecia. Lund proclamaba que los getas fueron el primer pueblo en tener una legislación, gracias a Zalmoxis, también conocido como Cronos, que habría vivido en el siglo XVIII después de la creación del mundo. Añade que los godos, los getae y los escitas formaban un mismo y único pueblo y que más tarde recibieron también el nombre de suecos. Se remite al hispano Alfonso de Villa Diego que en una crónica del reino de los godos editada a principios de siglo había afirmado que “Gothia está en Scandia” donde aún se encuentra su ancestral residencia real. La migración los godos desde esta patria originaria a los diferentes lugares de Europa por los que acabaron asentándose es presentada, a su vez, como el acontecimiento histórico que, con el tiempo, habría fomentado la aparición de las leyendas relativas a la Deus o Deorum migration de las diferentes mitologías europeas. Esta migración se dataría hacia el año 2.530 después de la creación del mundo.

Para concluir el relato de esta profunda hermandad entre hispanos y tracios añadiré el nombre del cervantino Cirongilio de Tracia o la memoria del barrio de los spanyolis, como se conoce aún el antiguo barrio sefardí del corazón de Sofia.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Nuevos hallazgos de Tracia


Kitov, el gran arqueólogo búlgaro, acaba de mostrar a sus colegas búlgaros sus hallazgos de este pasado verano. Estas son algunas de las piezas más notables. Y atención: ¡¡¡Aún no han sido presentadas a la prensa!!! O sea que esta es una primicia mundial. Los objetos han aparecido en una tumba próxima a la cordillera de los Balcanes, en la ciudad de Sliven y parece que pueden ser datados en los primeros años del siglo IV antes de Cristo.

En un primer momento pensé que esta imagen podía representar la muerte de Orfeo, pero me han corregido. Es más probable que nos muestre a Casandra y Clitemestra.


Las imágenes de este ritón son aún más complicadas. Pero arriesgo una hipótesis. Llaman la atención los ojos del personaje del primer plano, que podrían representar a un ciego, así como el aspecto general de hombre enloquecido. Todo esto apunta hacia Licurgo. ¿Pero quién sería la figura de la izquierda? ¿El joven Dioniso?


Aquí las cosas se ponen más fáciles. Se trata de un ritón con protome de centauro que, aunque tenga un rostro socrático, no tiene por qué tener nombre propio. Pero si hay que dárselo, optemos por el centauro más noble, Quirón, el educador de Aquiles.

Añadido a las 10:16
Ignacio me pregunta dónde veo a Clitemnestra. La respuesta se encuentra en esta imagen del Museo Nazionale de Ferrara que la representa matando a Casandra en una situación ciertamente muy similar a la del ritón tracio.


A Emma Cohen

Es que a mi Emma Cohen era lo que más me gustaba de Fernán-Gómez. Fue uno de los mitos eróticos de mi juventud. Nunca le perdoné al polipráxico difunto que se quedara con ella. Y es que el corazón tiene sus razones que la razón entiende perfectamente. Por eso le voy a dedicar a la Cohen este poema que escribió él:

"Las hijas de la marquesa
hablan inglés y beben ginebra.
¡Qué cortos son los días
y qué largas sus piernas!
Madre, yo quiero ser un señorito,
aunque sea de Palencia."

Meditación cafetera

Leyendo la prensa de la mañana no puedo reprimir una sensación emergente que me amarga un poco el aroma del café: Creo que estamos defraudando a nuestros políticos. No estamos a la altura de las aspiraciones que han depositado generosamente en nosotros. Incluso he llegado a temer -pero sólo por un instante- que acabaran cansándose de nosotros y decidieran elegir otro pueblo más serio para representarlo. No sé... no sé... me siento como el niño desagradecido y caprichoso que, incapaz de estar a la altura de sus posibilidades se dedica, como un rebelde sin causa adolescente a despotricar de sus padres con sus amigos.

Pero no me hagáis mucho caso, después de desayunar me encuentro mucho más optimista.

De la lectura y otras perversiones

Ayer visité el "Saló del Llibre", en la "Fira de Barcelona". Me encontré con muchos niños acompañados de sus respectivos maestros y con el Quinina, que por los visto está, como Dios, en todas partes. Por los altavoces se oían todo tipo de consignas bienintencionadas animando a la lectura, intentando convencer a los reticentes de que leer sirve para muchísimas cosas fascinantes y sumamente relevantes. Durante un rato seguí discretamente a un par de señoras muy mayores que recorrían los stands en busca de todo lo que dieran gratis. Me crucé con un político que lucía una sonrisa de metro y medio, me compré dos libros y garabateé las ideas de este post, que ahora escribo al llegar a casa, tras una cena copiosa en Mataró.

Justo, amigo, felicidades.

¿Pero, de verdad de verdad, si dejamos de considerar los libros de cocina, los manuales de uso y textos de este tipo, para qué sirve leer?

Los libros son caros (muy caros) y fomentan el fetichismo. La lectura desgasta la vista, además de someter a nuestra columna vertebral a posturas poco recomendables. En absoluto es evidente que los que leen mucho sean más felices o mejores personas que los que leen poco o no leen nada.

¿Para qué demonios sirve leer, entonces?

¿Acaso la lectura es una elección?

¿Fui yo libre de disponer de la fascinación de los mundos de Salgari en el momento en que los necesitaba?

¿Qué es leer, una elección o una fatalidad?

¿Los argumentos que se suelen utilizar para animar a la lectura son algo más que mentiras piadosas?

jueves, 22 de noviembre de 2007

¿Estudiar en Cataluña? ¿Pa'qué?

INFORME DE LA FUNDACIÓ JAUME BOFILL
L'estat de l'educació a Catalunya. Anuari 2006-2007

Tengo casi toda mi fe invertida en el pasado

El Espía de Mahler me pregunta por los discos que "siempre" estarían en mi colección. Si pudiera reconstruirla, el primer lugar, sin duda, se lo reservaría a éste (por muchos, muchos motivos):

Y puestos a recordar a Blind Faith, os traigo dos canciones de su concierto de ¡¡¡1969!!! en Hyde Park (os confieso que si tuviera que elegir, preferiría estar en este concierto en el 69 que en las calles de París en el 68, claro que en el 69 yo tenía 14 añitos que, por cierto, no sé por dónde los he perdido):

Presence of the lord



Sea of Joy

martes, 20 de noviembre de 2007

Tumbaito dijo... Eros no es un Dios; es un demon

Efectivamente, esta es la gran característica del eros platónico: Es un “demon”, como dice Tumbaíto, o un “daimon”, como digo yo. Pero no uno cualquiera, sino "un gran daimon" cuya función es ser el “entre-dos”, el puente de unión entre dos realidades que, sin su intervención mediadora, no tendrían ningún contacto mutuo. Sin Eros el mundo sería un desierto poblado por autistas sin conciencia ni de sí ni de lo ajeno.

El eros-daimon platónico tendrá una larga historia.

Epicteto sostiene (Diatribas, I, 12-15) que “Zeus le ha puesto a cada uno como custodio su propio daimon y le ha encomendado su guardia; y éste ni duerme ni se deja engañar. ¿A qué otro guardián y más cuidadoso podía habernos confiado a cada uno? Así que, cuando cerréis las puertas y hagáis la oscuridad dentro, acordados de no decir nunca que estáis solos: no lo estáis, por cierto, sino que Dios está dentro y vuestro daimon también está. Y éstos, ¿qué necesidad tienen de luz para ver lo que hagáis?

Apuleyo se atreve a proponer la siguiente definición del Daimon (la dejo en latín, que se entiende perfectamente): “Genere animalia, animo passiua, mente rationalia, corpore aeria, tempore aeterna”.

La teoría platónica de Eros se mantuvo vigente hasta Agustín de Hipona. Y no es que Agustín reniegue ni de lo daimónico ni de lo “entre-dos”. ¡Todo lo contrario! Para Agustín el verdadero “entre-dos” es Cristo. Él es el gran intermediador y el único posible, pues sólo Él es “el camino, la verdad y la vida”. De esta manera el eros de Diotima se metamorfosea en Cristo.

La reelaboración agustiniana a lo daimónico aparece en los Libros VIII y IX de La ciudad de Dios y culmina en Confesiones 18.24.

Nono de Panópolis, monje cristiano de la Tebaida y contemporáneo de Agustín, fue el autor del canto de cisne que la Antigüedad dedicó a los dioses olímpicos, “Las dionisíacas”, poema de 21.000 hexámetros homéricos, en él define a Eros como “la simiente de la unión”.

Una habitación para dos

Dos poemas de Jaime Gil de Biedma

Vals de Aniversario

Nada hay tan dulce como una habitación
para dos, cuando ya no nos queremos demasiado,
fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo,
y parejas dudosas y algún niño con ganglios,

si no es esta ligera sensación
de irrealidad. Algo como el verano
en casa de mis padres, hace tiempo,
como viajes en tren por la noche. Te llamo

para decir que no te digo nada
que tú ya no conozcas, o si acaso
para besarte vagamente
los mismos labios.

Has dejado el balcón.
Ha oscurecido el cuarto
mientras que nos miramos tiernamente,
incómodos de no sentir el peso de tres años.

Todo es igual, parece
que no fue ayer. Y este sabor nostálgico,
que los silencios ponen en la boca,
posiblemente induce a equivocarnos

en nuestros sentimientos. Pero no
sin alguna reserva, porque por debajo
algo tira más fuerte y es (para decirlo
quizá de un modo menos inexacto)
difícil recordar que nos queremos,
si no es con cierta imprecisión, y el sábado,
que es hoy, queda tan cerca
de ayer a última hora y de pasado

mañana
por la mañana...


Canción de Aniversario

Porque son ya seis años desde entonces,
porque no hay en la tierra, todavía,
nada que sea tan dulce como una habitación
para dos, si es tuya y mía;
porque hasta el tiempo, ese pariente pobre
que conoció mejores días,
parece hoy partidario de la felicidad,
cantemos, alegría!

Y luego levantémonos más tarde,
como domingo. Que la mañana plena
se nos vaya en hacer otra vez el amor,
pero mejor: de otra manera
que la noche no puede imaginarse,
mientras el cuarto se nos puebla
de sol y vecindad tranquila, igual que el tiempo,
y de historia serena.

El eco de los días de placer,
el deseo, la música acordada
dentro del corazón, y que yo he puesto apenas
en mis poemas, por romántica;
todo el perfume, todo el pasado infiel,
lo que fue dulce y da nostalgia,
¿no ves cómo se sume en la realidad que entonces
soñabas y soñaba?

La realidad -no demasiado hermosa-
con sus inconvenientes de ser dos,
sus vergonzosas noches de amor sin deseo
y de deseo sin amor,
que ni en seis siglos de dormir a solas
las pagaríamos. Y con
sus transiciones vagas, de la traición al tedio,
del tedio a la traición.

La vida no es un sueño, tú ya sabes
que tenemos tendencia a olvidarlo.
Pero un poco de sueño, no más, un si es no es
por esta vez, callándonos
el resto de la historia, y un instante
-mientras que tú y yo nos deseamos
feliz y larga vida en común-, estoy seguro
que no puede hacer daño.

Amor platónico

"El término “amor platónico” es acuñado por Ficino como verdadero fundamento de la amistad, como un amor intelectual entre amigos".

"El tratado sobre el amor, como género literario, comienza con Ficino y termina en el siglo XVII. El único tratado que puede considerarse también original es “I dialoghi d’amore” de León Hebreo. Toda la producción posterior es deudora de uno de los dos".

Rocío de la Villa Ardura,
“Introducción” al “De Amore” de Marsilio Ficino,
Tecnos, Madrid, 94. p. xix

lunes, 19 de noviembre de 2007

El amor del enamorado

I

El Banquete es una maravillosa obra de literatura y una compleja obra de filosofía. Bajo su aparente sencillez y su belleza formal se cruzan y entrecruzan las más variadas cuestiones. Toda la filosofía antigua se da cita en sus páginas.

II

Se supone que Sócrates es el portavoz de Platón, pero en este diálogo habla recordando un discurso de una extraña mujer, llamada Diotima. ¿Es Diotima la portavoz de Sócrates?

III

Según Diotima, la Belleza –y este es un milagro antropológico cotidiano- tiene la peculiaridad de no dejarnos indiferentes cuando aparece ante nosotros. Al presentarse de repente (exáiphnes) algo nos conmueve profundamente.

IV

Diotima habla de LA Belleza, DEL Amor, DEL Bien. Habla como una mujer que nunca ha estado enamorada de verdad. Por eso Platón, para suplir sus deficiencias, decide hacer intervenir al enamorado: “Y de repente (exáiphnes) se oyó un fuerte estrépito de golpes…”. Era Alcibíades, que se presentaba borracho, de improviso, sin haber sido invitado.

V

Hasta la irrupción de Alcibíades, los asistentes al Banquete han estado hablando de “agathón”, el bien universal. En contraposición a todos ellos, Alcibíades, borracho y clarividente, nada más entrar se dirigirá directo hacia el joven Agatón.

VI

Todos han hablado del amor, pero el borracho Alcibíades (“quizás no es justo comparar el discurso de un borracho con el de uno que está sereno”) hablará de aquel de quien está enamorado.

VII

Todos han querido hacer discursos bellos, Alcibíades sólo quiere ser sincero: “Diré la verdad”.

VIII

Alcibíades, que tiene en torno a los 34 años confiesa su amor por Sócrates, que está en torno a los 53.

IX

Diotima ha hablado de la ascensión hasta la Belleza, con mayúsculas, partiendo de la contemplación de cuerpos bellos. Alcibíades, por el contrario, no tiene reparos en señalar la notoria fealdad de Sócrates, añadiendo que sólo este hombre rematadamente feo es capaz de conmoverlo:

“Cuando lo escucho el corazón me golpea con más fuerza que a los poseídos por el delirio coribántico”

“Me obliga a reconocer que, a pesar de encontrarme en gran necesidad, descuido mi alma y me preocupo de los asuntos de los atenienses”

“Me tapo las orejas y me voy, huyendo de él como de las sirenas para no envejecer a su lado”

“Sólo delante de este hombre he sentido lo que nadie me creería capaz de sentir, vergüenza”.

X

Alcibíades no ha descubierto junto a Sócrates ni la Belleza con mayúsculas ni el Bien óptimo, sino que se ha descubierto a sí mismo. Y se ha descubierto vulnerable.

XI

A mi modo de ver, quien mejor ha leído el Banquete ha sido Kierkeggard. Descubrió que mientras los invitados serenos hablaban de abstracciones, el indiscreto Alcibíades señalaba a un individuo. En esta obra aparece, por primera vez en la historia, la representación del individuo como personalidad única e inclasificable.

XII

Normalmente -dice Alcibíades- a los individuos de los puede incluir en uno u otro grupo y clasificarlos. Pero Sócrates es imposible de clasificar. No se lo puede comparar con ningún otro hombre. Es un “atopos”.

XIII

El amante –dice el Sócrates del Fedro- se ve a sí mismo en el enamorado como si se reflejase en un espejo.

XIV

El neoplatónico Siriano, maestro de Proclo, tras leer estos textos elaboró toda una teoría de la “mirada erótica” que a través de Shelley, tendrá una gran influencia en el romanticismo.

XV

Yo tengo mis dudas sobre la relación erótica entre Sócrates y Alcibíades. No estoy muy seguro de quien era el amante y quién el amado (consumaran o no su relación).

XVI

Esquines compuso una obra, titulada “Aspasia” en la que Sócrates, su maestro, confesaba lo siguiente: “Mi amor por Alcibíades me ha permitido experimentar algo similar a lo que experimentan las bacantes. Éstas, cuando están poseídas por el dios, extraen leche y miel allá donde las demás no conseguirían ni sacar agua. En cuanto a mi, a pesar de no poseer ningún saber con cuya transmisión pudiera ser útil a alguien, pensaba que frecuentando a Alcibíades podría haberlo hecho mejor gracias a mi amor.

Retórica y piedad

"De un pastor sueco se cuenta que, turbado al ver el efecto que su discurso había provocado en la audiencia, deshecha en lágrimas, para calmarla dijo: ¡No lloréis, hijos, que todo podría ser mentira."

Soren Kierkegaard, "El instante"

Reconstruyendo a Platón I

I

He decidido que voy a reivindicar a Platón. Y para ello nada mejor que comenzar con su arremetida contra los pedagogos. Se encuentra al final del diálogo titulado “Lisis”. Os pongo en situación: Sócrates se encuentra en la palestra de Atenas. La palestra era una especie de gimnasio donde los jóvenes practicaban la lucha libre y los adultos acudían a contemplarlos. Sócrates se encuentra rodeado por un grupo de adolescentes con los que está discutiendo sobre la amistad. La conversación ha ido avanzando pero, sorprendentemente, en lugar de conducir a una conclusión, desemboca en una aporía, en una perplejidad. Tanto discutir sobre la amistad y finalmente Sócrates reconoce que no sabe qué es un amigo. Probablemente su intención es provocar de esta manera a los más inteligentes de los presentes. Sin embargo es interrumpido por la aparición abrupta de los pedagogos de los jóvenes que se empeñan en llevarlos a casa, porque se ha hecho tarde. Un pedagogo venía a ser una especie de profesor particular, supervisor y vigía de un niño. Platón dice que aparecieron súbitamente, como almas en pena. Todos los presentes estaban deseosos de continuar la discusión, pero los pedagogos se pudieron furiosos y no paraban de llamar a los muchachos en un lenguaje que tenía poco de buen griego. Platón lo califica de “hypobarbarídsontes”, es decir, “medio extranjero” o, mejor “difícil de entender” y añade que los pedagogos estaban bebidos a causa de las fiestas de Hermes. El resultado es que cada muchacho se fue de mala gana para su casa y que Sócrates se quedó más sólo que la una.

II

El gran matemático Teodoro, describe así la conducta dialéctica de Sócrates (Teeteto, 169 a): “Cuando alguno se pone a tu alcance no lo sueltas sin obligarle a desnudarse y a medirse contigo en el ‘logos’”. Ya hemos visto que no siempre es así. Más aún, pocas veces es así. Lo que pretende Teodoro es esquivar el cara a cara con Sócrates. Y, efectivamente, lo logra consiguiendo que sea un muchacho y no él el que dialogue con Sócrates. "Pues si se equivoca, será menos humillante".

III

Y es que Platón no ve a Sócrates ni como un pedagogo malo ni como un educador bueno. Es otra cosa. Platón aprendió de Sócrates que el tiempo tenía mayor fuerza educativa que la palabra.

Muchacho –le dice uno de los protagonistas de las Leyes a un interlocutor-, todavía eres joven y conforme vaya pasando el tiempo, este hará que cambien muchas de tus opiniones y abraces lo contrario de lo que ahora piensas. Aguarda, pues, a ese momento para convertirte en juez de asuntos de tamaña importancia”. No le dice “aguarda a que hayas aprendido de mis palabras”, sino le pide que se mantenga atento a la acción del tiempo sobre su alma.

IV

Y, por cierto, que igual lo de la famosa caverna platónica no era exactamente una alegoría, sino una premonición. Estas fotografías, distribuidas por Reuter, muestran a los niños de la escuela de la ciudad china de Ziyun, en la provincia de Guizhou, al sudoeste de China. Como podéis ver su educación se desarrolla en el seno de una inmensa cueva natural.

Cuando Sócrates comienza su relato de la alegoría de la caverna es interrumpido por Glaucón, el hermano de Platón, que le dice:

- Extraños hombres son los que describes.

- ¡Pues son como nosotros! –le contesta Sócrates.



domingo, 18 de noviembre de 2007

El lector se pierde en el texto

Lectura dura, dura, la de las “Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo” de Husserl, que es, como bien sabía antes de iniciarla, un esfuerzo condenado al fracaso, como lo sería el pretender la lectura fenomenológica de la conciencia interna del tiempo heideggeriano. Pero así tiene que ser, que a esto de la filosofía le es inherente al perderse (a-poría) y el desbrozar camino (“poreuô”: caminar, seguir hacia delante). Hay lecturas que para llevarlas adelante, uno tiene previamente que haber metido su inteligencia en un hatillo y echárselo sobre los hombros de la voluntad, porque falto de la clarividencia del escritor, ha de ir abriéndose paso por el texto a codazos.

Y así he llegado a la página 95.

A mis espaldas he dejado páginas repletas de subrayados, borrones y notas al margen, porque estos textos hay que leerlos caminando para adelante tanto como para atrás. Lo malo es que cada vez que vuelvo sobre mis pasos en busca del último punto de amarre al sentido, descubro que aquello que había subrayado con trazo tan firme no era exactamente lo esencial y tengo que andar enfocando y desenfocando la mirada para logar hacer la “syn-opsis” del texto. ¡Syn-opsis! Toda la mirada (opsis) entrelazada en una unidad de sentido (syn). Ya decía Platón que el filósofo es meramente un sinóptico.

Este ir y venir dando vueltas es, creo yo, el mensaje fundamental del diálogo platónico. Lo evidente, para el que lea a Platón con la mirada desarmada, es que los dialogantes se pierden. O, mejor, que continuamente andan perdiendo el hilo. De ahí esa machacona insistencia de Sócrates para volver atrás y recuperar la orientación. A este gesto de recuperación de una tensión que se ha desfibrado en el lenguaje, Platón le da el nombre de “retorno a ‘ex arkhés’”. La “arkhé” a la que invita a regresar no es otra que la de la recuperación del hilo que, sin que nadie sepa muy bien cómo, se ha perdido.

Eso me está pasando a mí ahora. Me pierdo.

Vuelvo atrás.

Os decía que a trancas y barrancas me he abierto paso hasta la página 95. Añado ahora que en ella me he encontrado con una confesión de Husserl que me ha permitido descansar: “Para todo esto nos faltan los nombres”. Esta confesión me ha proporcionado también el único instante digno de tal nombre del trayecto.

Tomo aire, pues, y disfruto de la levedad del instante, de la dicha de comprobar que Husserl se ha quedado mudo. De un momento a otro retomaré el camino.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Los niños judíos

He pasado por casa de Júlia esta mañana, y me he quedado con la copla de “El niño judío”, cosa que me ha animado a seguir varios rastros. Os cuento.

I

El milagro XVI de “Los milagros de Nuestra Señora” de Gonzalo de Berceo.

El primer rastro me ha conducido hasta Berceo. Es, sin duda, interesante y además ocurre en la “villa de Borges, una çibdat extraña”. Trata ni más ni menos que de la intercesión de la Virgen para salvar a un niño judío al que su padre había arrojado a un horno encendido tras enterarse de que había comulgado a sus espaldas. Pero como si me detenía en este milagro el post se alargaba en exceso, remito a los interesados a Berceo.

II

La zarzuela de "El niño judío"

El segundo rastro es zarzuelero.

Con música del maestro Pablo Luna y libreto de Enrique García Álvarez y Antonio Paso, se estrenó en el Teatro Apolo de Madrid, el día 5 de febrero de 1918 una de las zarzuelas más absurdas y disparatadas del repertorio, “El niño judío”, que no tiene nada que ver con el milagro de Berceo. La historia comienza en la madrileña Cuesta de Moyano y tras un alto en Alepo, concluye en la India. Pero a mi, que tengo una retirada (que diría un catalán) surrealista, me gusta. Y creo que les gustará a ustedes también imaginarse a sus dos protagonistas, Samuelito y Concha fumando por esos mundos orientales "algo semejante al tabaco" mientras mantienen este diálogo:

Samuel: Ahora que estamos aquí, / encanto y luz de mi amor, / vamos a ver si es verdad /que el kist es superior.
Concha: Pues encendamos nuestra pipa / y la verdad vamos a ver.
Los dos: Pues a encender.
Concha: ¡Ay, qué gusto más grande me da!
Samuel: ¡Qué suave! ¡Qué aroma! ¡Qué olor!
Concha: ¡Ay, qué extraña voluptuosidad!
Los dos: Al fumar me entra un dulce sopor / de amor.
Samuel: Aunque creas que es una broma / yo entre sueños veo a Mahoma.
Concha: Y yo, si tú me das permiso, / sueño que entro en el Paraíso.
Samuel: Yo estoy viendo muchos harenes.
Concha: Samuelito, qué vista tienes.
Samuel: Veo cosas que no las creo.
Concha: Para cosas las que yo veo.

Se cuenta que el estreno transcurría con más pena que gloria hasta que en la escena VIII apareció una mujer (Concha) con una guitarra y empezó a cantar “De España vengo”. Como en aquellos tiempos el público era el que verdaderamente dirigía la función, cumpliendo a rajatabla lo de que quien paga, manda, obligó la cantante a varios bises.

Ahora bien, a mi la pieza que me entusiasma de esta zarzuela sin parangón, es esta maravilla lírica, digna de ser recitada en el O.R.I.N.A.L. con los parroquianos religiosamente arrodillados mientras sostienen una vela encendida en sus trémulas manos:

¡Arza y olé!
Soy, el rayo de luna más triste
que ha visto usté.

¡Olé y olá!
cuando alumbro las fosas y nichos
qué gusto me da.

Soy un «rayito» de luna
que da luz a un sementerio
donde reposa mi padre,
y mi tío Desiderio
y mi pobrecita mare,
y un primo la mar de serio,
y una hermanita
bastante mona
que se murió,
porque al cogerla
la comadrona
la «espachurró».

Sementerio, sementerio,
siempre solo, siempre serio,
si no fuera por el rayo
de lunita que te alumbra,
¡Qué seria de tus fosas,
qué sería de tus tumbas!

¡Ay, qué tumbas!

Pobrecitos «cadavéres»
sin hablar una palabra
y por toda distracción
bailan la danza macabra.

III

El niño judío raptado por el Papa

El tercer rastro me lleva a un caso que en sus tiempos fue motivo de un monumental escándalo, pero hoy apenas si se recuerda. En 1858 el Papa Pío IX mandó raptar a un niño nacido en una familia judía de Bolonia con el argumento de que había sido bautizado en secreto por un sirviente católico. El Santo Oficio Vaticano lo condujo a Roma y el niño acabó siendo ordenado sacerdote. Lo más curioso del caso (desde mi perspectiva, sin duda sesgada) es que acabó de fraile en el País Vasco. Cuenta sus avatares Miguel de Unamuno en uno de los textos que reunió bajo el título de “Contra esto y aquello”. Y los cuenta con conocimiento de causa, pues le oyó predicar en vascuence en Guernica y recoger donativos en el balneario de Cestona.

Y hasta aquí me ha traído mi desbocada curiosidad.

El guionista caprichoso

 I A eso de las cuatro de la tarde ha sonado el teléfono. Era una de esas llamadas que esperas que nunca lleguen y que cuando llegan, siempr...