jueves, 12 de octubre de 2006

Lucrecio, el gran truchimán, II

Ningún filósofo me intriga más que Lucrecio, el autor del poema filosófico más grande de todos los tiempos, De rerum natura. Aparentemente se trata de un intento de dejar constancia de que no hay fenómeno en el mundo, por muy asombroso que parezca, para el cual no pueda aportarse una explicación racional, una "uera ratio”.

Pues los necios aprecian y admiran con preferencia todo aquello que ven escondido bajo el velo de palabras torcidas, y disputan verdadero lo que hace al oído un cosquilleo agradable y se adorna con los afeites de una sonoridad placentera

Lucrecio dice seguir los pasos de Epicuro, “que reveló la Naturaleza entera” y “descubrió el primero esta regla de vida que llamamos filosofía”, porque la filosofía no es un conjunto de conocimientos, sino un modo de vida.

Revelar la verdad de la naturaleza significa, en primer lugar, negar la existencia de causas finales. Todo se explica por su origen. “Nada ha nacido en nuestro cuerpo con el fin de que podamos usarlo; al revés, lo que ha nacido, engendra el uso”. Y en cuanto al origen, lo más importante es saber que nada surge de la nada y por lo tanto, que todo obedece a una causación precisa y a leyes claras. Pero, si esto es así, “¿de dónde ha venido a la tierra esta libertad de que gozan los seres vivientes?” Para explicar la libertad humana Lucrecio , siguiendo a Epicuro, introduce el azar en su mundo determinista. De manera que “en un momento indeterminado y en indeterminado lugar” los átomos (porque todo, absolutamente todo, desde el alma hasta los dioses está compuesto de átomos y vacío) se desvían un poco de su trayectoria, “lo suficiente para poder decir que su movimiento ha variado. Que si no declinaran los átomos, caerían todos hacia abajo cual gotas de lluvia.” Así pues, la libertad tiene su fundamento en el azar. “Lo que impide que la mente misma obedezca en todos sus actos a una necesidad interna, es la exigua declinación de los átomos, en un lugar impreciso y en tiempo no determinado.

Aceptar los átomos significa asumir que todo se explica, en última instancia, en referencia a algo que está mucho más allá de los sentidos, escondiéndose tras lo aparente. Y, sin embargo, Lucrecio se confiesa radicalmente empirista: “No sólo la razón se derrumbaría del todo, sino que, al instante, la vida misma se desplomaría, si no osaras confiar en los sentidos, si no huyeras de los prejuicios y riesgos que a este propósito se ofrecen y no siguieras el camino seguro.”

Pero si el único camino seguro es el de los sentidos, ¿qué informaciones sensoriales, qué pruebas empíricas, autorizan a Lucrecio a sostener sin duda alguna que “la serpiente, tocada por la saliva de un hombre, muere y pone fin a sí misma devorando su propio cuerpo” o que “los furiosos leones no pueden ni sufrir ni aguantar la vista del gallo”?

¿Cómo se han introducido aquí estos mitos? No lo sé. Si sé, sin embargo, que a veces a Lucrecio se le escapan, como de pasada, profundas muestras de pesimismo sobre la capacidad de la “uera ratio”, y así, por ejemplo, a comienzo del libro II escribe: “Toda nuestra vida se afana a tientas en las tinieblas”. Y a continuación, sorprendentemente, se pone lírico y comienza a componer los versos más poéticos de la obra, demorándose en la descripción de “un rebaño de lanosas ovejas que roza los pingües pastos en un cerro” que se mueven “según las llamen y conviden las hierbas perladas de rocío reciente”, de una playa donde el mar alisa con suave oleaje la sedienta arena”, del “almo licor de las aguas”, del “ingrato rechino de la sierra estridente” o de las “nítidas mieses”. Parece como si necesitara este rodeo para atreverse con las confesiones más fuertes del poema, por ejemplo, ésta: “con los plañidos fúnebres se mezcla el vagido que elevan los recién nacidos al ver las riberas de la luz: ninguna noche siguió al día, ninguna aurora a la noche, que no oyera, mezclado con lloros de niños, el amargo llanto que escolta a la muerte y al negro funeral”. Son palabras que anticipan la conclusión del libro II: “Todo degenera poco a poco y va de cabeza al escollo, agotado por la larga carrera de la vida”. Y que se asientan en el realismo desesperanzado del Libro III: “ganando a rastras miembro tras miembro, avanzan las pisadas de la helada muerte.” La herida de la muerte no tiene recompensa ninguna, “que si fuera inmortal nuestro espíritu, al morir no se lamentaría tanto de desprenderse del cuerpo, antes se alegraría de salir y, como una sierpe, dejar su despojo.”

Nos encontramos muy lejos del Libro I, que era luminoso, amable, esperanzado, hedonista. Tan lejos que ahora hasta hay lugar para el cinismo. Lucrecio ha abierto el poema con un alegre y enfervorizado canto a Venus, la diosa del amor, identificada con la naturaleza, la vida y el poder de Roma. De esa Venus ya no queda nada en el Libro III. Ahora el poeta nos aconseja liberarnos de su influjo por cualquier medio: “Pues aunque el ser amado esté ausente, a mano están sus imágenes, y su dulce nombre resuena en nuestros oídos. Pero conviene huir de tales imágenes, evitar lo que da pábulo al amor y volver la mente a otras ideas: descargar el humor acumulado contra un cuerpo cualquiera, antes de retenerlo y guardarlo para un único amor, y procurarse así inquietudes e inevitable dolor. Pues la llaga se aviva y se hace crónica si la alimentas, y la locura crece de día en día y se agrava la pena, si no borras la primera herida con nuevos golpes y no la curas de antemano, mientras es reciente, con el trato de Venus vagabunda, o no puedes desviar tu espíritu hacia otros objetos”.

Hasta aquí nos ha conducido la “uera ratio”. Ahora estamos en condiciones de saber que “la Naturaleza no ha sido creada en nuestro interés por obra divina; tan grandes son sus defectos.” Y como prueba irrevocable Lucrecio nos ofrece, en los versos conclusivos del poema, un relato escalofriante e hipernaturalista de los efectos de la peste en Atenas, que era la ciudad de la filosofía, amparada por Atenea, la diosa de la razón.

19 comentarios:

  1. Yo debiera haber tenido un profesor que me presente del modo que los haces, a los temas filosóficos...
    Aprendo.
    Aprendo.
    Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Hace muchos (ostras, pero muchos) años que lo leí; por tanto sigo tu explicación. Parece que el gran poema epicúreo (como la vida misma de todo hombre, quizá), es un canto a la filosofía de la vida de Epicuro que se va consumiendo a sí mismo al transcurrir y no encontrar ningún fundamento al optimismo (no me gusta esta palabra pero no encuentro otra) inicial.
    Fundamentar la libertad en el azar siempre me ha parecido una contradicción de principio, insalvable.
    Pero lo más impresionante que resaltas es esta presencia de la muerte, y de la sinrazón, como conciencia de ir muriendo y, por lo tanto, inevitablemente vivida y, por tanto, temida (se supone).

    ¿No será antiepicúreo, pues? El poeta que sigue al filósofo y va mucho allá hasta negar al filósofo. No estaría mal para los amantes de la poesía.

    Lola

    ResponderEliminar
  3. omnis cum in tenebris praesertim vita laboret...

    ResponderEliminar
  4. Lola apuntas precisamente hacia los motivos de mi intriga lucreciana. Creo que los grandes poetas, como los grandes filósofos se escapan a todo intento de definirlos con precisión. Hay que partir de aquí para leer este texto, lo cual significa abandonar las interpretaciones corrientes.

    ResponderEliminar
  5. Apunto dos fragmentos de Lucrecio que tienen para mi importancia y en los que se percibe la penetración racional del poeta.

    "Ninguna cosa hay tan sencilla que al principio no sea más bien difícil de creer, ni tampoco hay nada tan grande o asombroso que poco ante ello no vayan todos rebajando su asombro" II 1020

    "Y es que nandie va a echar de menos su propia vida o su persona en ese tiempo en que a la vez descansan dormidos mente y cuerpo. Pues, si es por nosotros, de acuerdo, que sea inacabable ese sueño, no nos va a entrar ninguna añoranza de nosotros mismos"
    III 915

    Pero Luicrecio, que es hijo de su tiempo, es crédulo y cree aquello que le llega explicado por los enciclopedistas del momento y avalado por yna cierta seriedad. Pongo un ejemplo: Plinio el Viejo en IX 10, cita:
    "Cuento con el testimonio de autoridades brillantes en el orden ecustre de que fue visto por ellos en el océano Gaditano un hombre-pez, con un parecido perfecto al hombre en todo su cuerpo; afirman que subía a las naves a horas nocturnas e inmediatamente sobrecargaba de peso el lado en que se sentaba y, si permanecía mucho tiempo, incluso las hundía".

    Sociedad crédula donde las hubiera y extremadamente supersticiosa, es razonable que su acceso a la razón lo fuera a través de credulidades no confirmadas.

    Cicerón, a su hermano Quinto, en una carta, le habla de la calidad del poema emplazándole para comentarlo cuando se encuentren. Lucrecio fue guía de la intelectualidad de su tiempo y no hay que olvidar que escritores como Plutarco comulgaban con el epicurismo tal y como aparece en sus Moralia, concretamente en el Libro II "Consnejos para cuidar la salud" donde pone por escrito los principios epícureos de Asclepíades.

    Enhorabuena, Gregorio por estos dos posts (realmente por todos).

    ResponderEliminar
  6. Claudio.

    Sociedad crédula, dice el sr. Rivera.

    No hace mucho leí en un blog el siguiente paralelismo: del mismo modo que en tiempos de la República (segunda) se incendió un colegio religioso por el rumor de que envenenaban a los niños, así hoy había quien creía que los populares incendiaban Galicia.
    ¿Hombre pez? ¿Dónde hay que firmar?

    ResponderEliminar
  7. Todo grupo social, Claudio es crédulo, cuando la fe afirma sus convicciones.

    ResponderEliminar
  8. Gracias, Gregorio, por esta incitación a leer a Lucrecio. Supongo que hay que pasar por aquí para hacerse cargo del materialismo ateo. Leyendo la minúscula antología que nos has traído, se me helaba un poquitín la sangre, y por extraña asociación de ideas, me he acordado de "El mundo visto a los ochenta años", simpático libro de Santiago Ramón y Cajal, en que recomienda a los viejos como él huir de lecturas pesimistas como la de Lucrecio.

    ResponderEliminar
  9. Gracias por su lección, pero para un lego en Filosofía, ¿se atreve a pronunciarse acerca de si los poemas de Lucrecio están, a los ojos de un hombre del siglo XXI, más cerca de la poesía o de la filosofía? (dando por hecho la ambivalencia de los términos...).

    ResponderEliminar
  10. Desde hace un tiempo vengo dando la razón a todos los que me alaban. ¿Quién soy yo para llevarles la contraria y dudar de su objetividad? ¿No sería mpetrtinente por mi parte dudar de su punto de vista, que, por ora parte, nunca podrá ser el mío? Así que, amigos, bien venidas sob vuetras loas.

    A tonibañez no le contesto por qué no sé qué ha querido decir. Por otra parte, como tiene una teoría crepuscular del lenguaje, nada garantiza ni que haya querido decir algo; ni que lo haya querido decir lo haya sabido expresar; ni que lo que ha expresado pueda ser comprendido. Sin embargo, tonibañez, bienvenido. Eres la palara hecha... ¿hecha qué? ¿carne, desde luego que no? ¿esputo? ¿se incomodará si le digo esto? Es el personaje más surrealista de la mundanal blogosfera. A veces salen catalanes así. Tienen a ser incomprendidos, sobre todo por los catalanes, y acaban emigrando a Jerez de la Frontera o a la Fosa de las Marianas. En cualquier caso, donde hay originalidad, hay que mostrar respeto.

    Con respecto a Luis, me pasa algo sorprendente. A veces por no alargar un post me dejo algunas ideas en el tintero. No me importa porque intuto que Luis las acabará sacando a la luz en sus comentarios. A veces tengo la sensación de que este blog lo escribimos a cuatro manos él y yo. Sin menosprociar, por supuesto, todas las otras manos de los tertulianos. Creo que me entendéis.

    Claudio allá donde está la perdición está también lo que salva: Sin fe no hay nada; con excesiva fe se han hecho barrabasadas.

    Joaquín, gracias por la referencia. Lucrecio es, efectivamente, un optimista al que no le salen las cuentas. Por eso es una lectura tan inquietante: nos obliga a contar.

    ResponderEliminar
  11. Juan Domingo: dar lecciones es un atributo exclusivo de que sabe. Y yo estoy lleno de dudas. Y no porque me gusten especialmente las aporías. Este post es la manifestación de una perplejidad, no una "lectio". Os prevengo: no se os ocurra aprender nada de mi.

    ResponderEliminar
  12. Es que doy por hecho que sabe... Debí ser más preciso y agradecerle la "exposición", la "enseñanza" y no la "lectio". Pero a pesar de todo, (y de lo didáctico de su respuesta a Joaquín), incurro en la insistencia: ¿sus textos deberíamos 'leerlos' ahora como filosofía o como poesía?

    ResponderEliminar
  13. Querido Luri: este blog lo escribes tu y a veces yo me excedo en la longitud de mis comentarios, Desde siempre he sido excesivo y ya me decían mis padres que era conveniente guardar silencio de vez en cuando. En tu blog me resulta difícil.

    ResponderEliminar
  14. Juan Domingo, Lucrecio escribe un poema filosófico que literariamente se mantiene perfectamente lozano. En cuanto nos adentramos en él comenzamos a descubrir versos memorables. Pero más allá de la singularidad de este o aquel verso, el propio recorrido es una experiencia estética digna de ser vivida. Por lo tanto, puede leerse perfectamente como poesía.

    Toda la filosofía que alguna vez fue auténtica, conserva su frescura, porque su autenticidad significa que apuntó certeramente a algún interrogante esencial del hombre. Los problemas que plantea Lucrecio siguen siendo los nuestros: La posibilidad de encontrar un modo de vida que nos haga dignos de nosotros mismos (es decir, que permita contemplarnos sin vergüenza y sin temor) va asociada, necesariamente, a algún tipo de comprensión del mundo (de la totalidad de todo lo existente). La grandeza de Lucrecio, a mi modo de ver, es que apunta certeramente a esta conexión y muestra (voluntaria o involuntariamente -yo opto por lo primero) las dificultades de ser al mismo tiempo feliz y sabio. Filosóficamente el Poema sigue vigente.

    Pero se trata de un poema filosófico y, por lo tanto, de una manera de presentar la filosofía en la cual los contenidos más graves están presentados de la manera más dulce (dulcemente envenenada, si se quiere), porque, quizás, los males de la razón lúcida puedan curarse -al menos en parte- con la belleza que el hombre es capaz de crear.

    ResponderEliminar
  15. Maravillosa entrada, como maravillosa me han parecido la anterior y la que en la anterior se enlaza.
    Digo lo mismo que Dilaca: qué bien explicado todo, Gregorio.

    En cuanto a Lucrecio, el fragmento ninguna noche siguió al día, ninguna aurora a la noche, que no oyera, mezclado con lloros de niños, el amargo llanto que escolta a la muerte y al negro funeral me impresiona especialmente.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  16. Por saber, Don Gregorio, ¿mencionó usted algún día a Aristipo de Cirene (creo)? Es que me gustaría leerlo si anda por aquí :)

    Me interesa eso de areté, anque los míos dicen que mi filosofía es muy rarita :)

    Y después de leer a Lucrecio ''he pensado'' que no me importaría nada encontrármelo en algún futuro de esos impreciso, o en algún pasado hipotético y preguntarle mientros miro a sus pupilas: ¿qué ves en las mías?

    Y lo de la peste debía de ser como para dejar huella, sí

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  17. Saludo recibido, Kasandra. Hablaremos de Aristipo, aunque no es precisamente mucho lo que sabemos de él.

    ResponderEliminar

La parte esencial del mensaje

 I Escribo desde la habitación de un hotel para decirme a mí mismo que cumplo con el lema: "nulla dies sine linea". II Por la vent...